Según el redactor (M.) del artículo que rescatamos hoy la interesante reacción que propiciaron en Madrid los sevillanos Petra Cámara y Antonio Ruiz* contribuyó a realzar, no a cambiar, las cualidades intrínsecas de la danza nacional con las combinaciones y el arte de la escuela extranjera. Provocando la inevitable transformación de aquellos bailes clásicos en otros renovados, comenzándose a popularizar los jaleos, polos, el vito, la rondeña, las corraleras, el Ole, ...
El baile no lo tocaron, dramatizaron la danza con composiciones pantomímicas, cuidaron decoración y vestuario, añadieron otros instrumentos (panderos, palillos, sombrero, mantilla). Aunque todo esto era ya conocido décadas antes en Andalucía (Cádiz, Sevilla, Málaga, Córdoba), ellos sobresalieron en la Villa y Corte, y lo proyectaron al mundo. La historia no les ha hecho justicia.
Aun tardarían unos años en cristalizar las formas netamente flamencas, en alegrías y soleares, aunque muchos pasos se inspirarían en la revolución de Petra y Ruiz, la gaditana Pepa Vargas y la también sevillana Manuela Perea La Nena, remozándolos de gitanería pal franchute. De ahí mamaron todos, seguritísimo.
La Ilustración el 4 de enero de 1851 |
* Mismo nombre que el maestro de maestros Antonio Ruiz Soler. Habrá que estudiar por qué tanto Antonio entre los grandes del baile flamenco. Será por San Antonio, el patrón de los imposibles.